
Miro hacia delante. Hay una gran ventana. Cerrada. Finamente decorada. Una cortina blanca. Casi transparente. Ni una partícula de polvo. Ni una muestra de vida. Ni siquiera una mosca ni un mosquito. Las sillas. La mesa. El resto de los muebles, regalo de casados, cuentan ya más de 50 años.
Las flores son de plástico. Las fotos de todos los momentos poco a poco se fueron guardando en el cajón. Los bronces perfectamente lustrados. El rosario tras la puerta. Ni una marca en el espejo. Ni un llamado telefónico. Ni un ringtone. Ni un timbre sonando.
¿Esta es la casa que hace años albergo a 2 niños? Este lugar silencioso y triste, congelado, a la espera de ser descubierto se convierte solo por ahora en mi nueva oficina, a la que intento darle vida desordenándolo todo. Y comienzo ocupando esta mesa que cruje, que sostiene feliz mis planes jóvenes y llenos de energía, esta silla que me abraza con cariño y cuida mi espalda de los males de la escoliosis.
Un mate mañanero me llega desde la cocina, en la otra punta de la casa, de la mano firme que parece de papel crep y a la vez, de la más fina seda. La ternura de ese hogar está despertando, solo porque yo necesito inspiración sin los ruidos de los niños por doquier, esos niños que HOY le dan vida al hogar del que me ausento para trabajar. Irónico, no? Y entonces, inevitablemente, luego de mis horas dedicadas al estudio, de terminar mis escritos laborales también, me dedico a redactarle poesía, a esto, que ya es poesía desde que entré aquí. Y eso no es la casa, ni las cosas, ni la comodidad… Es el amor que me provoca esta mujer que lo mantiene todo así. Quizás con la firme convicción de que el olor a sabrosa comida, el recuerdo de mi tía estudiando en este comedor o de mi padre organizando a sus amigos en el patio… tal vez el limpiar una y otra vez estos pisos donde sus hijos aprendieron a caminar, donde puso sus primeros muebles (que aun conserva) y los que fue adquiriendo después y los que ya no están... Es como si los recuerdos que en ocasiones no quiere recordar... le devolvieran un poco de compañía.
Que injusta es la felicidad de los otros cuando esta no contempla ni agradece, cuando no acompaña ni cura, cuando no es capaz de darle una sonrisa a la mujer que a demás de la vida, les dio su vida. Cuando no vuelve la vista atrás para recordar de donde viene ni a quien le debe tanto.
Pero… por suerte, cuando los hijos se ponen grandes llegan los nietos. Siendo mas consentidos aun, y en mi caso con suficiente amor y claridad para agradecerle a mi abuela cada una de las cosas que hiso por esa pequeña familia que se fue ampliando y que gracias a sus decisiones y su dedicación hoy me permite estar donde estoy e ir alcanzando las oportunidades que se presentan. Esa mujer que es tan sabia que con solo mirarme entiende. Se que en cada cosa linda, prolija, ordenada, con calidad y calidez me hace recordarla, como también cada vez que me siento en peligro y pienso en sus recomendaciones y cada vez que me siento temerosa pienso en su frase celebre: “Querer es poder” que ha regido mi vida desde los tiernos años de la infancia y sin las cuales no sería exactamente como soy. Me voy, quiero dejar entrar un poco de luz por la ventana.